En 1947, el explorador Thor Heyerdahl cruzó el Pacífico a bordo de una balsa de troncos para probar una teoría. Hoy, estudios genéticos avalan sus ideas.
Kon-Tiki, seis hombres sobre una balsa primitiva.
Mediodía del 24 de mayo de 1947. En algún lugar del Océano Pacífico, 95° oeste y 7° sur: “Cuando el gigante se acercó más a la balsa, reímos a carcajadas estúpidamente, sobreexcitados con la fantástica visión que teníamos delante. Era un animal extremadamente raro, un tiburón ballena, con un promedio de diecisiete metros de largo y, según los zoólogos, unos quince mil kilos de peso. Ninguno de nosotros había sospechado jamás una aventura con aquel monstruo marino. Nos parecía tan absolutamente irreal, que nos era imposible tomarlo en serio”.
La anécdota se relata en el libro Kon-Tiki, testimonio de una peripecia real y fantástica a la vez. La balsa que se menciona en el texto, armada con nueve troncos de 13,7 metros de largo y 60 centímetros de diámetro, flotaba ese día como una cáscara de nuez. Era una réplica de las que usaron algunos pueblos precolombinos: estaba hecha únicamente con maderas, cañas y lazos vegetales. Sin clavos ni acero.
La expedición Kon-Tiki que unió Sudamérica y la Polinesia en 1947
Viajaban en ella seis hombres, embarcados en una de las aventuras más famosas y épicas del siglo XX: la Expedición Kon-Tiki. Su líder, el explorador y etnógrafo noruego Thor Heyerdahl, pretendía atravesar el Océano Pacífico a bordo de esa nave primitiva, desde Perú hasta la Polinesia.
El explorador noruego Thor Heyerdahl, poco antes de embarcar en la Kon-Tiki.
El objetivo era probar la conexión entre pueblos sudamericanos y polinesios antiguos. Algo que la comunidad científica de esa época descartaba sin rodeos y por unanimidad.
Hace unas semanas, estudios genéticos encontraron rastros polinesios en Colombia y avalaron algunas de las ideas del noruego loco, como algunos descalificaban a Thor.
“Mi padre nunca tuvo dudas sobre la veracidad de sus teorías. Murió en 2002, a los 87 años, pensando que tenía razón”, le cuenta a Viva Thor Heyerdahl Jr., uno de los hijos del investigador, desde Noruega.
El también es explorador, y reniega de quienes llaman aventurero a su padre. “Yo, en cambio, lo calificaría como un científico devoto. Al principio no quise seguir sus pasos, pero soy oceanógrafo y biólogo. Supongo que nuestros caminos convergieron. Hoy siento orgullo de mi padre, pero también de mi madre”, dice.
Mi padre nunca tuvo dudas sobre la veracidad de sus teorías. Murió en 2002, a los 87 años, pensando que tenía razón.
Thor Heyerdahl Jr, hijo del explorador de la Kon-Tiki.
La aclaración tiene que ver con su infancia, que coincidió con la etapa más itinerante de su papá. Cuando Thor padre se fue a cruzar el Pacífico, su esposa Liv se quedó sola cuidando a sus dos hijos, el pequeño Thor y Björn. A su regreso, la pareja se divorció.
El desafío
El viaje de la Kon-Tiki, en realidad, comenzó varios años antes. Tal vez en Larvik, el lugar donde nació el explorador. Su padre, que también se llamaba Thor Heyerdahl, tenía una fábrica de cerveza artesanal, y su mamá, Alison, dirigía la Asociación de Museos de la ciudad. Fue ella quien lo guió en su primeras lecturas.
Bengt Danielsson lava su ropa, en medio de la travesía por el Pacífico.
Al niño Thor le encantaban las aventuras y el dibujo: trazaba mapas imaginarios con islas perdidas en medio del océano. A los 8 años ya le contaba a todos que quería ser explorador.
En algunos archivos del Museo Kon-Tiki, enviados a Viva por el curador Reidar Solsvik, hay más detalles sobre la adolescencia de Heyerdahl. A los 15 pasaba gran parte de su tiempo libre en excursiones a paisajes cercanos. Terrenos helados que le gustaba recorrer en compañía de su perro Kazan. Por esa época también escribió sus primeros textos educativos y de divulgación.
Tres de los seis viajeros de la Kon-Tiki estudian una carta oceánica.
En 1933, empezó a estudiar Biología y Geografía en la Universidad de Oslo. Allí conoció a Bjarne Kroepelien, un viajero que había recorrido la Polinesia y puso a su disposición su Biblioteca de la Polinesia, libros invalorables que sin dudas marcaron el destino de Thor.
A los 22 años, se casó con Liv y se fue de luna de miel a Fatu Hiva, en las Islas Marquesas. Enamorados de una naturaleza paradisíaca, se quedaron un año. Allí, sus observaciones y los relatos que escuchó de pobladores antiguos fueron decisivos para elaborar sus teorías.
La ciencia afirmaba que los primeros pobladores de la Polinesia habían llegado desde el Oeste, de Asia. Thor pensaba que también podrían haber venido desde el Este, de Sudamérica. Veía que algunos monolitos en Polinesia se parecían demasiado a los que se podían encontrar en América del Sur.
En los relatos antiguos que oyó en Fatu Hiva, además, le hablaron de Tiki, el hijo del Sol que había viajado desde el Este. Thor sabía que en las culturas pre incaicas se hablaba de Kon-Tiki, el primer nombre conocido del dios inca Viracocha, creador de todo y del Sol.
Erik Hesselberg le toma una foto a Herman Watzinger.
Durante casi una década estudió las dos culturas y reunió datos para elaborar una teoría. Cuando tuvo listo su escrito, recorrió ámbitos académicos y salas de museos prestigiosos en los Estados Unidos. Nadie le prestó atención. Y si lo hicieron fue para decirle que las culturas antiguas sudamericanas jamás podrían haber llegado a la Polinesia, básicamente porque no tenían barcos.
Thor decía que, es verdad, no tenían barcos, pero construían balsas. “Bueno, vaya y viaje en una de ellas, a ver si llega a la Polinesia”, lo desafiaron. Así nació la Expedición Kon-Tiki.
La planificación
El viaje comenzó a diseñarse en 1946. Heyerdahl buscaba ayuda y patrocinadores, y lo preocupaba, especialmente, resolver quiénes lo acompañarían. Para elegirlos fue tan meticuloso como para conectar ideas.
Convenció al artista y navegante Erik Hesselberg, al sociólogo Bengt Danielsson, al experto en radiocomunicaciones y héroe de la Segunda Guerra Mundial, Knut Haugland, a otro experto en transmisiones de radio, Torstein Raaby, y al ingeniero especializado en mediciones técnicas, Herman Watzinger.
“Participé oficialmente en una de las travesías de mi padre, la expedición arqueológica a la Isla de Pascua en 1955-56, cuando me reclutaron como un joven marinero en el barco de la misión. Más tarde, como oceanógrafo profesional, lo ayudé a planificar sus viajes en botes de caña. Lo que recuerdo es que mi padre era muy puntilloso. Siempre me ha impresionado la planificación y la ejecución exhaustiva de sus trabajos”, le comenta a Viva Thor Junior.
Eso explica por qué Thor padre viajó especialmente a Ecuador para ubicar al auténtico árbol de balsa, con el que los pueblos preincaicos hacían sus naves. No fue fácil conseguir 12 troncos en medio de la temporada de lluvias. Pero lo logró. Llegaron a salvo al puerto de El Callao, en Perú, donde los esperaban para construir la balsa según instrucciones antiguas.
Se usaron nueve troncos para la base y cáñamo y hojas de palma para una caseta en el centro, donde llevarían comida, libros, una guitarra, un loro y equipos de radio y filmación.
En su libro, Thor Heyerdahl narra lo sucedido el 28 de abril de 1947, en el Puerto de El Callao, Perú: “Entonces se izó el mástil de bambú que sostenía la vela, en cuyo centro se veía la cabeza barbada de Kon-Tiki pintada en rojo por nuestro artista Erik. El dibujo era copia fiel de la cabeza del Rey-Sol labrada en piedra roja en una estatua de la antigua ciudad de Tiahuanaco. A lo largo de una driza que iba hasta el mástil, ondeaban las banderas de los países que nos apoyaban. En el fondo de mi corazón, sabía que tendríamos éxito”.
En esta expedición, la primera de una larga saga, Thor Heyerdhal enfrentó sus propios límites (apenas podía nadar) y el bullying académico. Todo lo contó en Kon-Tiki, el libro que se tradujo a más de 70 idiomas, y fue llevado como documental al cine, donde ganó un Oscar.
Allí relata cómo, luego de 101 días, el 7 de agosto de 1947, y decenas de zozobras, la balsa llegó a un arrecife del atolón Raroia, en Polinesia.
Las conclusiones
¿Heyerdahl tenía razón? Un reciente estudio de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford, en los Estados Unidos, y del Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad de Chile, reveló lazos genéticos entre las islas polinesias y las poblaciones nativas sudamericanas 32 generaciones atrás.
La investigación, que fue publicada en la revista Nature, tomó el ADN de 807 personas de 14 islas de la Polinesia y de poblaciones costeras del Pacífico, desde Chile hasta México. Así comprobó que, como sostenía Heyerdahl, los polinesios tuvieron contacto con pueblos antiguos sudamericanos. Algo que habría ocurrido unos 800 años atrás. Es decir, antes de lo que se creía hasta ahora.
Erik Hesselberg toca la guitarra mientras observa los peces que rodean a la balsa.
La expedición Kon-Tiki, que recorrió 8 mil kilómetros, fue una hazaña más allá de las valoraciones científicas. Sus tripulantes habían llevado agua potable pero, cuando se terminó, bebieron linfa de pescado. Comida, dicen, no les faltó. Tenían raciones preparadas y comían peces voladores que caían atontados sobre la balsa u otros que pescaban por turnos.
Vieron animales que no conocían, como el enorme tiburón ballena, más grande que la embarcación primitiva que conducían sobre el Pacífico.
Pero no se asustaron: “En ese momento, sólo una cosa se nos aparecía perfectamente clara; si la balsa se hacía pedazos, nos iríamos a Polinesia cada uno montado en un tronco, antes que volver cabizbajos al Perú".
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